martes, 25 de noviembre de 2014

La Iglesia y la anticoncepción (2-2 Parte)

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La Iglesia y la anticoncepción
(2-2 Parte)

Estos y otros documentos eclesiales pueden ayudarnos a descubrir la belleza del matrimonio cuando se vive según el querer de Dios. De modo especial, permiten descubrir cómo algunas técnicas (píldoras anticonceptivas, uso de preservativos, esterilización, etc.) son contrarias al bien del matrimonio y a la propia fidelidad a nuestra fe cristiana porque tales técnicas van contra la apertura a la vida que debe caracterizar el acto sexual entre los esposos. Pero ayudarán mucho más a descubrir que un mandato negativo (no debemos usar anticonceptivos) se convierte en una invitación a descubrir lo positivo, la riqueza de la vida matrimonial que se basa en el respeto de todas las riquezas y potencialidades del esposo y de la esposa.


Cuando los esposos asumen esta riqueza y viven su donación mutua abiertos a la vida, entonces pueden descubrir maneras maravillosas para madurar en el amor. También cuando Dios permite (es siempre un don de Dios) el que se inicie una nueva vida, el que se produzca una nueva concepción. Tal vez no estaba esperada, incluso tal vez puede ser vista como poco oportuna. De nuevo la fe dará luz y energías para abrir los corazones a quien ya está en medio de los esposos, en el seno materno; a quien, como hijo, espera recibir ese amor que es el distintivo de los cristianos, la señal de esa plenitud humana de quien sabe acoger, dar, entregarse totalmente al otro. Más cuando ese otro es un hijo nacido como resultado del amor y de la felicidad que viene del vivir según Dios, en la Iglesia, con la confianza que nos da Jesucristo: “No tengáis miedo” (Mt 28, 10).

Sí: también los esposos pueden escuchar esa invitación del Señor. Cuando la sociedad y los medios de comunicación impulsan a muchos matrimonios a renunciar a su fecundidad, a adulterar incluso su amor a base de técnicas inmorales, la Iglesia nos invita nuevamente a abrir el corazón a la fe, a descubrir en cada nueva concepción un proyecto inmenso, un amor sin límites, una fidelidad y una esperanza para el futuro humano.

Lo recordaba Juan Pablo II en la Carta a las familias: “Así, pues, tanto en la concepción como en el nacimiento de un nuevo ser, los padres se hallan ante un «gran misterio» (Ef 5, 32). También el nuevo ser humano, igual que sus padres, es llamado a la existencia como persona y a la vida «en la verdad y en el amor». Esta llamada se refiere no sólo a lo temporal, sino también a lo eterno (...) El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a la voluntad creadora de Dios: voluntad que llega hasta la genealogía de los hijos e hijas de las familias humanas. Dios «ha amado» al hombre desde el principio y lo sigue «amando» en cada concepción y nacimiento humano. Dios «ama» al hombre como un ser semejante a él, como persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios «por sí mismo»” (Carta a las familias n. 9).

Colaboradores de Dios en su amor a los hombres: eso son los padres que se abren a la vida, que viven su paternidad responsable en el respeto lleno de confianza a la Iglesia de Dios. Colaboradores de Dios y padres buenos, capaces de encender lámparas de alegría en un mundo que necesita testigos del amor y la esperanza.


🔹Fecha: 25/11/2014
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